Las mujeres le robaban el pene a los hombres para castigarlos.

2870086413_104722c0df

Desde épocas ancestrales el peor terror de los hombres ha sido el de perder su órgano sexual. El falo, además de ser el medio a través de que el género masculino marca su huella en el mundo con su descendencia, es símbolo de hombría y virilidad. Lejos de entrar en el debate en el que se disputa si un pene define el valor de un hombre o no, éste es una parte importante que completa la salud de su cuerpo; al igual que lo haría una pierna o una oreja.

La tortura de perder su órgano es tan ruin como la cacería de «brujas» que se llevaba a cabo en la Edad Media. Con crueldad y alevosía se capturaban a todas las mujeres que un grupo de hombres consideraba brujas, para lastimarlas hasta la muerte de las formas más horripilantes posibles. Estas supuestas brujas se ganaban ese título debido a una personalidad que hoy denominaríamos como sensual o erótica. Pues todo lo relacionado con el sexo, abortos y esterilidad, era ligado a un sinfín de pecados satanizados. Los cuales eran castigados con tortura, encierro y muerte.

La cacería de brujas se dio a conocer a través de distintos escritos de esa y épocas posteriores. El manual de Heinrich Kramer escrito en el siglo XV, «Malles Maleficarum»,  describió una de las prácticas más aterradoras que estas supuestas brujas llevaban a cabo durante el medievo. Y aunque el manual para cazar a estos monstruos está calificado como uno de los libros más grotescos y misóginos de la historia, debido a los asesinatos que éste provocó, también fue el testimonio de decenas de hombres que aseguraban haber sido víctimas de las fauces de estas maléficas mujeres.

Ellos contaron que el insaciable deseo sexual de las brujas de la Edad Media enfermó sus penes hasta mutilarlos. Otros declararon haber sido hechizados, pues se cuenta que estas aberrantes criaturas desaparecían los penes de sus víctimas para después guardarlos en nidos donde los alimentaban con avena mientras los miembros seguían moviéndose como culebras hambrientas.

La realidad, según otros escritores, es que la magia con la que estos monstruos femeninos actuaban tenía un solo objetivo: confundir a los hombres hasta hacerlos pensar que sus penes habían desaparecido. Lo lograban a partir de un juego de luces con los que las sobras ocultaban los órganos sexuales del cuerpo masculino.

Otro de los relatos de Kramer fue el que protagonizó un hombre que buscaba ansiosamente la ayuda de las brujas para encontrar su miembro perdido. Ellas lo engañaron diciéndole que podía elegir el pene que quisiera del nido de falos que alimentaban con avena y otros cereales. El incrédulo tomó el más grande y como castigo las brujas lo asesinaron.

Alrededor de la leyenda sobre las mujeres que tenían la siniestra capacidad de desaparecer el pene, también surgió otro mito acerca del árbol de falos. El historiador Johan Mattelaer afirmó que entre finales del siglo XIII y principios del XVI, el árbol de los penes era un fenómeno común en Europa. Sin embargo, los únicos vestigios sobre ellos quedaron en obras que retratan este mito.

Un manuscrito francés del siglo XIV contiene dos imágenes de monjas recolectando penes de los árboles y guardándolos bajo sus ropas; también existe un grabado en madera de principios del siglo XV que actualmente se conserva en un museo de Alemania, el cual representa a una mujer recogiendo penes mientras su amante examina un árbol de vulvas. Y existe un blasón decorativo encontrado en Holanda que muestra a una pareja haciendo el amor bajo un árbol de falos.

La conclusión de Kramer, expresada en el «Malleus Maleficarum», es: «Toda brujería procede de la lujuria carnal, que en las mujeres es insaciable». Ésta última es material suficiente para preguntarnos: si eso fuera verdad ¿quién necesitaría a los hombres? ¿Se trata de un manifiesto para la salvación de la población del medievo o de un escrito criminal y falso? ¿Las brujas eran mujeres con poderes malignos o ese fue el nombre que Kramer decidió ponerle fin a su misoginia esparcida?

4 Comentarios

Deja un comentario